miércoles, 2 de septiembre de 2009

Imagen del día: Memorial del Holocausto, Berlín. .

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¿por cuánto tiempo uno debe sentir culpa?
¿podemos superarlo?
-Peter Eisenman-


Hace exactamente setenta años, el primero de septiembre de 1939 las tropas alemanas comandadas por Hitler comenzaron su invasión a Polonia, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, el principio del fin del sueño del progreso occidental, la liberación de los Búhos de Goya, de los monstruos de la razón.

El mundo nunca volvería a ser el mismo, el significado de guerra, horror, ciencia e infierno cambiarán dramáticamente, se volverán terribles, dolorosamente cercanos. El orgulloso hombre occidental se descubrió igual de vulnerable y contradictorio que todos los demás hombres, fue una dura lección de humildad para occidente, pues esta vez nosotros (los tercermundistas, los latinoamericanos, los africanos, los asiáticos, los que algún tiempo no fuimos dignos de ser llamados humanos o de tener alma según el pensamiento imperialista eurocéntrico), los otros, los miramos, como dice Sartre, atónitos, sorprendidos, horrorizados, pues nunca en nuestras historias recientes se había visto tanto odio, tan racionalmente planeado, tan técnicamente limpio, tan perfectamente brutal.

La vieja Europa hoy se llena de discursos y lamentaciones, que en ocasiones nos suenan un poco vacíos al ver las atrocidades que han cometido recientemente pero ahora fuera de su continente (como la guerra contra Irak o la ocupación Palestina), la pregunta es ¿cómo recordar el dolor de los campos de concentración?, ¿cómo homenajear a los caídos, cómo preservar la memoria ?, lo más adecuado sería guardar un significativo silencio.

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El silencio, el vacío, es la única forma posible para recordar y honrar a los muertos de esa guerra. En 2005 se inauguró en Berlín, cerca de Brandemburgo el memorial del Holocausto. La "pieza" creada por el arquitecto Peter Eisenman cerca de donde estuviera el Búnker de Hitler ocupa una superficie de 20, 000 metros cuadrados, sobre la cual se erigen cientos de paralelepipedos, algunos con una altura de centímetros y otros de casi cuatro metros. El memorial no tiene entrada ni salida principales ni inscripciones, los visitantes pueden caminar entre las estructuras de concreto (sólo cabe un visitante a la vez por los estrechos pasillos que forman los paralelepipedos), adentrandose en un mundo silencioso, angustiante, estéril y racional. La obra no es alegórica, apuesta por lo sensitivo, por la desnudez, por el silencio y el vacío, pues lo inconmensurable, ya sea bello o terrible, no puede contenerse en alegorías terrenas, ruidosas, antropomorfizadas, limitadas. No es un monumento al olvido, ni para el pueblo Judío, es un enorme recordatorio de cemento para la humanidad: de esto somos capaces, de esto somos capaces, de esto somos capaces.

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Por mi falta de capacidad para hablar más de este terrible momento que partió la historia en dos, completo la presente entrada con el famoso y significativo poema de Martin Niemöller titulado popularmente "Cuando los nazis vinieron por los Comunistas":


Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron por mí,
ya no quedaba nadie que pudiera protestar.

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Más. entrevista al creador del monumento.

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